Recuerdo claramente aquel fatídico día en el que mi vida cambió para siempre. A mis 57 años, después de dedicar décadas de mi vida a una empresa en la que creía firmemente, fui informado de que ya no formaba parte de sus planes futuros. El impacto de esas palabras resonó en mí como un trueno, dejando un profundo vacío y una incertidumbre abrumadora.
La búsqueda de sentido en la adversidad
Después de haberme dedicado en cuerpo y alma a mi trabajo, ¿cómo podía ser que de la noche a la mañana me encontrara sin un rumbo claro? Me enfrenté a una mezcla de emociones complejas: la ira por sentirme desechado, la tristeza por dejar atrás una parte tan significativa de mi vida y la ansiedad por el futuro incierto que se extendía ante mí. En medio de ese torbellino de sentimientos, una pregunta latente se hacía eco implacable en mi mente: ¿Qué sigue ahora?